martes, 28 de julio de 2009

UNA HISTORÍA DE VIDA

LA QUINTA DE LOS RUSOS - ALEMANES.
Esta familia de la que cuenta esta historia emigró de la colonia Santa María.
Nos mudamos en marzo, al terminar la cosecha de manzanas del año 1953. Cargamos algunas cosas en un camión destartalado, de aquellos que arrancaban dándole vueltas a la manija. El resto de nuestros bienes, incluyendo la jaula con gallinas, los acomodamos en el carro que tenía ruedas de goma (lo más moderno en esa época).
Alfredo y yo, emocionados, nos metimos en la cabina de aquel cacharro con motor. Rosa y mis padres se subieron al carro donde ya había tres cajones a modo de asientos.
Partimos. O el camión era muy lento o el caballo muy rápido; el asunto es que llegamos todos juntos a Cinco Saltos, nuestro destino, un pueblo cercano al río Neuquén.
Nos detuvimos frente a nuestra nueva casa para descargar las pertenencias. En eso estábamos cuando llegaron algunos chicos a curiosear, y éstos llamaron a otros quienes también se acercaron. Pronto, nos vimos rodeados por un montón de mocosos mirones.
"Son tanos" comentaban algunos.
¡No! "Son gitanos"dijo la nena que observaba detenidamente a mamá, ataviada con vestido largo y pañuelo en la caveza.
Papá forcejeaba con un cajón, de pronto, salieron disparadas ollas y sartenes armando gran alboroto. Claro mi mamá se enojo con él y empezaron a discutir en alemán.
¡Ah, son rusos!...dijo el más grandecito de los pibes que estaba atento a la discusión.
Mamá escuchó su comentario, se acercó a él, y blandiendo el dedo índice frente a su nariz, le aclaró en voz alta para que todos oyeran:
¡Somos argentinos descendientes de alemanes, y dejen de molestar!. Ahora, váyanse o ayuden a bajar las cosas"`concluyó.
Ya ve... ya ve, es lo que yo dije: son rusos, replicó el chico,
"Somos provincianos"intervino tímidamente papá." Venimos de las chacras" agregó mi hermano Alfredo.
Aquellos chicos, que serían mis primeros amigos y compañeros de escuela, nos ayudaron muy divertidos con la mudanza. Al día siguiente de nuestra llegada, hicimos el recorrido por la propiedad. Frente a la casa, pasaba un canal con agua fresca y abundante.
"Aquí voy a poner el puente, la compuerta y álamos en las orillas", comentó papá.
Nos dirijimos a la parte trasera. Mamá, que en cuestión de dar órdenes se pintaba sola, observó el panorama y dijo: "En ese costado quiero el gallinero, aquí la bomba y un arbolito de laurel. Allá el horno para hacer el pan y al fondo la quinta".
¿Quinta? ¿En esta tierra salitrosa y llena de gramilla?...interrumpí.
"Es cierto mamá, la tierra es mala, nadie tiene quinta por aquí", agrego mi hermana.
"Pero nosotros sí vamos a tener una. Así que mañana mismo vayan a buscar bosta y aserrín", concluyó mamá.
En la carpintería del barrio conseguimos el aserrín a cambio de barrer todo el taller. Otro día, a la hora de la siesta, mi hemano y yo fuimos al potrero que estaba a orillas del pueblo. Desenrollamos las bolsas de arpillera y empezamos a juntar bosta de caballo.
Enseguida se aproximaron varios pibes que vivian por ese rumbo. Yo los miré de reojo; por las risitas burlonas pude adivinar sus comentarios, me dio mucha vergüenza....
De regreso a casa busqué a mamá, y le dije terminantemente:
¡ YA NO QUIERO BUSCAR BOSTA!
¿Por qué Ramoncito?, me preguntó.
"Porque me da vergúenza mamá. Los chicos nos miran, se ríen de nosotros..., le contesté con lágrimas en los ojos.
"Vergúenza es robar", intervino papá, siempre tan lacónico.
Nos sentamos alrededor de la mesa, y entre mate dulce y amargo habló mi mamá:
Cuando yo tenía la edad de ustedes, allá en la Colonia Santa María. También juntaba bosta, para hacer fuego y calentarnos en el invierno. Todo lo que Dios puso en esta Tierra es bueno. Van a ver, con un poco de sacrificio, tendremos nuestra linda quinta...,
Y así fue nomás. A punta de pala mezclamos la tierra árida con estiércol y aserrín. Regamos varias veces con abundante agua y esperamos que la naturaleza hiciera su trabajo durante el otoño y el largo invierno.
¡ Y llegó la primavera! ¡Vamos todos a sembrar! Mamá preparó almácigos con tierra y gallinaza, luego esparció en ellos semillas de tomate, cebolla y lachuga. Mis hermanos se encargaron de las zanahorias, repollo, remolacha y zapallitos. Y yo, que siempre fui buen observador, iba poniendo los paquetes vacíos de las semillas en los lugares que les correspondían, sobre unos palitos enterrados en el suelo.
Allá, por el final del terreno, andaba mi papá sembrando maíz y papas en los surcos. También puso semillas de girasol, para recordar los buenos tiempos de CORONEL SUÁREZ y sus COLONIAS, según nos comentó después.
Llegado el verano aquello era un vergel. Nunca antes habíamos tenido una quinta tan hermosa y con tanta variedad; todos nuestros vecinos querían visitarla.
Mamá, orgullosa, paseaba a las señoras entre las verduras. Al término del recorrido, cada una de ellas recibía algún obsequio: zanahorias para los niños, tomates para la ensalada, choclos para el puchero.....
Esos meses fueron de mucha actividad. Papá y mi hermana Rosa inauguraron la tienda de comestibles anunciada con un cartel donde se leía: "Despensa la Suárese"Mamá aceitó la antigua máquina Singer y mandó a poner su anuncio: "Hago toda clase de costuras para damas y caballeros".
HISTORIA CONTADA POR RAMÓN OSVALDO DRESER.
FUENTE: DIARIO NUEVO DÍA.

2 comentarios:

Julio César Melchior dijo...

Bonita historia. Felicitaciones por haberla publicado. Recrea a la perfección un tiempo que ya no volvera. Un tiempo de nostalgia y añoranza. Un tiempo en que las colonias eran otras y la gente que las habitaba también. Felicitaciones a Osvaldo por escribirla y a ti, Marta, por publicarla.

Julio César Melchior
http://hilandorecuerdos.blogspot.com

Anónimo dijo...

hola!!muy linda la historia, hoy nos parece mentira que estas cosas hallan pasado, porque a pesar de que tengo 26 años, no vivi nada de esto personalmente, y mucho menos mi hijo, asique, felicitaciones por dejar escritas estas vivencias, para tener a mano los recuerdos de la generacion anterior