miércoles, 15 de junio de 2011

Hotel de Mar del Sud, Una Historía En El Tiempo


Anticipando en décadas al surrealismo, la imponente mole del hotel Boulevard Atlántico se irguió, enigmática y solitaria, en medio de la nada, entre los médanos y pastizales de Mar del Sud.

El edificio, al que sin duda Borges hubiera calificado de insensato, fue terminado de construir en 1890, luego de que un grupo de ingenieros alemanes y financistas argentinos, agrupados en el Banco Constructor de La Plata SA, decidió fundar el Balneario Mar del Sud, en el partido de General Alvarado. A causa de la debacle financiera que sucedió al crac del 90, el banco quebró dejando como herencia el flamante hotel, edificado en medio de un pueblo existente sólo en los papeles e imaginado como alternativa a la ya pujante Mar del Plata.
Los albañiles, herreros y carpinteros desaparecieron, las obras quedaron paralizadas, el ferrocarril tan anhelado nunca llegó, y el hotel, sin pasajeros, sin turistas, sin personal y sin muebles, quedó como un ignorado monumento a la soledad durante muchos años.
Su debut posterior no fue, ciertamente, promisorio, ya que a sus primeros ocupantes se los podría calificar como involuntarios: entraron por primera y última vez alzados por sus deudos. En otras palabras, estaban muertos... 



La cosa, según se cuenta, fue así: en 1891, por razones no del todo claras, un grupo de inmigrantes judíos, inicialmente destinados a poblar las colonias santafecinas surgidas por iniciativa del barón Hirsch, fue trasladado transitoriamente a Mar del Sud. El obrador del hotel había sido más o menos acomodado para el alojamiento del desconcertado grupo, que se instaló como pudo en la precaria construcción. Pero la suerte insistía en ser esquiva.
Un furibundo tornado azotó esa misma noche la zona,o devastando las frágiles instalaciones y causando la muerte de algunos de los recién llegados. 

El hotel fue posteriormente rematado, y sus adquirentes decidieron habilitarlo como tal en 1904.  Dícese que el público inicial se componía, principalmente, de empleados jerárquicos del ferrocarril y de familias que poseían campos en la zona. El acceso era difícil -hoy casi podríamos verlo como
turismo aventura-, el clima salvaje, y afuera del hotel (y adentro también, suponemos), las posibilidades de diversión eran modestas: algunos juegos de salón, cancha de bochas, cabalgatas, cacerías de perdices,  y caminatas por los médanos
, desde luego, aire, sol y mar.
Para los intrépidos que se internaban en las procelosas ondas oceánicas, el establecimiento había dispuesto la construcción de casillas de madera en la playa, para calzarse los trajes de baño de lana y volver a vo pestirse como corresponde para pasar al comedor. ¿El menú? Fiambre, sopa, plato principal, segundo plato, postre y café.
Por la noche, la vestimenta era más formal aún. No podía compararse el ambiente, desde luego, con el incesante y competitivo desfile de modas marplatense, pero sí mantenía un buen tono que nadie osaba alterar.
Y así, durante muchos años, el hotel Boulevard Atlántico (o Atlantic, como algunos pretenden) se constituyó en algo así como una clave para iniciados, un secreto del que no podía participar cualquiera.
Mar del Sud, finalmente, nació a su vera. De a poco fue creciendo, hubo almacenes y bares poblados al principio por una clientela mitad paisana y mitad veraniega. Llegó la luz eléctrica, la iglesia, se hizo el bulevar legendario, y brotaron hosterías, hoteles, restaurantes y locutorios.
Pero el hotel conservó siempre su núcleo de fieles, especialmente grupos familiares numerosos y alergres
es que seguían llegando a través de los años con conmovedora fidelidad.
En épocas más recientes los recién llegados podían dividirse en dos grandes sectores. Estaban aquellos que trasponían la entrada, y luego de somera inspección se marchaban para siempre, y estaban también quienes sucumbían al encanto decadente de los altísimos y descascarados cielos rasos, no se arredraban ante imprevisibles e inoportunos cortes de luz, y consideraban un aliciente no cuantificable pecuniariamente el dormir en las blancas camas de hierro tipo hospital que amoblaban las vetustas habitaciones. Y más... ¿Cómo no mencionar los patios circundados de galerías de baranda enrejada, donde aún están las espléndidas palmeras de 115 años, que ya sobrepasan los techos? Y a Albertina, la elegante señora que vivió sus últimos años en el hotel, y allí murió, de la que perduran en el salón los ecos de los valses y mazurkas que lograba arrancar al claudicante piano.
Parecería verse aún su blanca silueta esfumada al amparo de su infaltable sombrilla. En las tardes, Albertina solía instalarse en un pequeño pabellón del mismo hotel, y allí ejercía una módica y complaciente clarividencia, confeccionando previsibles y alentadores horóscopos para las niñas ansiosas por conocer el destino de sus romances playeros.
La mole neoclásica se mantiene en pie, su melancólico perfil persiste. Pero, ay, no funciona ya como hotel. Los siempre crecientes costos de refacción y mantenimiento no pueden ser cubiertos por las entradas veraniegas. El incendio de la cocina, en 1993, fue el golpe de gracia que determinó su cierre.
Pero, afortunadamente, hay quien lucha contra el destino que parece ensañarse con los desvencijados muros. Su actual propietario, Eduardo Gamba, toda una institución marsudense, imagina con empeño posibles atajos que salven al Boulevard Atlántico de un destino que parece inexorable. Consiguió, hace ya algunos años, que la mole fuera declarada lugar de interés histórico por la Municipalidad de General Alvarado.
Consagrado a eternos trabajos de refacción y mantenimiento, ha logrado habilitar el gran comedor como escenario para shows, fiestas y acontecimientos, además de ofrecer proyección digital de películas y comandar visitas guiadas para todos aquellos que buscan conocer historias y leyendas acumuladas a lo largo de un siglo que ya se fue.

La hitoría de amor que nacio en el hotel


Es dentro de este marco que esta mole neoclásica tiene otra historia, una historia rodeada del más puro amor.

Eduardo Gamba, por el año 40, con escasos 17 años pasaba sus vacaciones en la Villa, y una noche una joven que cantaba a los turistas baladas en francés, cautivo perdidamente a este hombre,  esta hermosa joven cuyo nombre artístico era Mabel Dupont actuaba los 3 meses de verano en el hotel y luego viajaba a Francia, para los lugareños era la Edith Piaf argentina.

Eduardo pensaba estar en el paraíso cada vez que oía las canciones de la joven que al igual que un ángel había llegado a su vida, y sin más preámbulos le propuso casamiento.

Los ojos de Eduardo toman un brillo especial cuando la recuerda, caminábamos hasta Miramar me dijo tomados de la mano por la playa solos con la complicidad de Dios en la naturaleza mientras ella cantaba melodías solo para mi y el viento que acompañaba nuestro andar.  Ese idilio duro 20 años intensos y de profundo amor hasta la muerte de ella.

Este juglar contemporáneo también me cuenta que, según dichos se vio un submarino que trajo al mismo Hitler al hotel, y allí enterró parte de un tesoro.

Claro son todas versiones, de seudos historiadores pero indudablemente enriquecen la leyenda del hotel.

Durante el año 1972 Eduardo decide comprar el Boulevard Atlántico, pero la carga de su pasado no se detuvo y siguió su derrotero en retroceso. En el año 1993 una banda de mal vivientes se apodero del Hotel hasta el año 1998 fecha en que la justicia le devuelve la tenencia legal a Eduardo, pero ya es tarde, el gigante esta herido de muerte.

Sus paredes están sin revoque en gran parte, herrajes oxidados, y totalmente desmantelado, se habían robado todo lo posible, solo quedaba triste un viento que atraviesa las desvencijadas ventanas acompañando las románticas canciones de “la gorrión argentina” como si su espíritu también fuese parte de este Hotel.

No hay comentarios: